No es nostalgia, es historia. Mirar al pasado de la historieta en España se suele ver, por algunos, como el lamento de quienes añoran los tiempos de quioscos rebosantes de tebeos y lectores. Pero volver la vista atrás también es la forma de escribir el relato histórico de un medio, el de la historieta, que cada vez tiene más textos divulgativos e historiográficos, aunque siguen sin sobrar. A estos se ha sumado recientemente ‘Tebeos. Las revistas infantiles’ (Asociación Cultural Tebeosfera), un volumen en el que varios teóricos repasan algunas de las cabeceras más representativas del siglo XX.

‘Tebeos. Las revistas infantiles’ recorre desde el casi fundacional TBO a Gran Pulgarcito, la revista en la que Ibáñez se hizo ‘europeo’. Son Manuel Barrero y Jordi Manzanares los encargados de abrir el volumen con ‘El tebeo que dio nombre a todos los demás‘, un exhaustivo estudio que recorre las más de seis décadas del TBO, en el que se entrelaza el devenir empresarial de la editorial con los contenidos de la publicación. Más allá de su rica historia, una de las conclusiones que se extraen del texto es que el TBO, paradigma que definió, precisamente, los tebeos en España, siguió durante toda su trayectoria «un modelo inamovible», lo que ha favorecido que posteriormente se asocie, por extensión, la historieta a lo infantil.

Muy interesante resulta el artículo de Jaume CapdevilaPocholo, la renovación como estrategia‘, por ser esta una revista hoy caída en el olvido a pesar de su calidad. Aparecida a finales de 1931 en Barcelona, esta cabecera tuvo una interesante evolución, pasando de viñetas con profusos textos al pie a cómics llenos de dinamismo e influenciados por el cine. Un salto que se ejemplifica en uno de los autores más destacados de la publicación, el aragonés Cabrero Arnal, figura cuya obra merece un rescate en condiciones. Esta revista también destaco por su innovación a la hora de promocionarse entre los niños. La Guerra Civil y las restricciones de la posguerra acabaron con este atractivo proyecto.

Otro aragonés, José María Conget, es el encargado de analizar Nicolás, revista del sello Clíper aparecida en 1948 como competencia a Pulgarcito. Con personajes, como el propio Nicolás, firmado por García Lorente, o creaciones de Alfonso Figueras, Martz-Schmidt o Manuel Vázquez, la sola presencia de estos autores da cuenta del interés de esta publicación. Conget pone el acento en la indefinición de la línea editorial, que arrastró hasta su cierre en 1955.

Jordi Canyissà se sirve de Búfalo, editada en los años 50 por una empresa de productos de limpieza, para hablar de los tebeos publicitarios. Este artículo refleja el calado de los cómics en la sociedad de su momento, tanto como para que una marca decidiera invertir en sacar su propia revista. Y no precisamente una publicación mediocre, ya que contó en sus páginas con los dibujos de Tunet Vila, Puigmiquel, Alfonso Figueras, Manuel Vázquez o Manfred Sommer. Lo que, a tenor de la repetición de firmas entre revistas, también da idea de la precariedad con la que los autores del momento vivían, a salto de mata para lograr un mínimo salario.

Alfons Moliné se encarga de glosar la historia de Cavall Fort, publicación en catalán, milagrosa superviviente de otra época,  fiel todavía hoy a su sistema de distribución por suscripción. Una revista que ha dado espacio a muchos autores locales, pero también que trajo por primera vez a España personajes tan famosos como los pitufos (els barrufets), y que se atrevió ya en los años sesenta a dar espacio a la divulgación de la historieta internacional.

Antoni Guiral y Eduardo Martínez-Pinna, cada cual por su lado, reseñan dos revistas que a finales de los años sesenta fueron claves en la introducción del tebeo francobelga en los gustos de los lectores españoles. Así, Guiral analiza Gaceta Junior, mientras que Martínez-Pinna hace lo propio con Gran Pulgarcito. La primera publicó a Tintín (aunque no fue la que lo trajo originariamente a España) mientras que la segunda importó al bueno de Astérix. Esa influencia europea se coló en el estilo de dibujantes como Ibáñez, que para Gran Pulgarcito creó sus títulos con más ‘préstamos’ de Franquin, como ‘El sulfato atómico’. También aquí se prodigaron Alfonso Figueras (‘Topolino’) o Manuel Vázquez (‘Anacleto’).

Como se ve, ‘Tebeos. Las revistas infantiles’ ofrece, si no un análisis global, si una muestra representativa de lo que fueron los tebeos en el siglo XX. Lo hace con varias voces, que se hacen notar. Algunas tiran por un estilo más académico, como Barrero y Manzanares, mientras que otras, como Conget o Guiral,  adoptan la primera persona en determinados pasajes para entrar en el campo de los recuerdos. Una disparidad que llama la atención, pero que no resta valor a los artículos, que más allá de su estilo arrojan una necesaria luz sobre el pasado de la historieta en España.

Este es un libro necesario. Porque imperioso es que, más allá de algún editor haya tratado con poco éxito de recuperar estos materiales para el presente, sean los propios lectores los que descubran el importante patrimonio de la historieta española y demanden su rescate.